Monday, May 22, 2006

A propósito de Paulina A.

Recuerdo una aventura que pasamos juntos y que paso a relatar. Corría el año 83, sería la segunda o tercera protesta contra el régimen de facto, los estudiantes de la Universidad de Chile se habían dado cita en la Facultad de Ciencias en Macul, después de una larga discusión en la casa de ejercicios San Javier, se determino que nos juntaríamos en el Campus de Macul con Grecia y que de allí intentaríamos llegar en marcha a la Plaza Ñuñoa, a fin de leer una declaración pública y manifestar que a los estudiantes universitarios nos preocupaba lo que estaba pasando fuera de la Universidad. (A todo esto, yo personalmente participe en la comisión para determinar el acto para ese día y concluímos que nos juntariamos en Plaza Ñuñoa y de alli marcharíamos hasta el campus, simbolizando con esto que la ciudadanía tenía acceso a la Universidad, estrategia que se cambio despues, a pesar de haberse presentado y aceptado en la asamblea abierta; entre pasillos y a espaldas de la asamblea, sin dar razones, y desdiciendo la vocación democrática que aspiraba a tener el organismo que en ese momento organizo a los estudiantes -la Codeju, presidida por la DC- ante los graves hechos que se sucedian en el país).
El hecho fue que como a las 10 de la mañana del día señalado ya había una buena cantidad de gente; comenzaron los discursos y soflamas de personajes que nuca había visto; recuerdo uno que me llamo la atención a quien le faltaban un par de dientes y hablaba como un fanático dispuesto a todo y ultra resentido. El hecho es que como a las 12 salimos por Macul queriendo ir hacia el norte debimos girar hacia el sur ya que la salida hacia el norte estaba flanqueada por tres sendas micros de las fuerzas represivas. Salimos entonces a fin de hacer un rodeo y llegar a la Plaza Ñuñoa por Ignacio Carrera Pinto, gritando consignas y cánticos de protesta; y en eso me encuentro con Paulina A. quien me agarra de la mano diciéndome que se siente segura si vamos juntos, y de ahí no nos soltamos más (poco tiempo después, el cuñado de la Paulina, Jorge Muñoz, a quien había conocido en su casa, y que pertenecía al MIR, fue apresado y asesinado por la CNI, justo antes de la famosa dinamitada).
Recuerdo que caminamos con toda la turba de estudiantes, con algo de temor pero decididos, desde Macul entramos hacia el este y nos topamos de pronto con un carabinero de guardia que al parecer tenía la orden perentoria de no dejar entrar a nadie por esa calle, y llega todo el grupo dispuesto a entrar por esa misma calle, entonces el carabinero no sabiendo que hacer saca su arma de servicio y apunta hacia arriba dispuesto a hacer una primera descarga, lo que nos hizo desviarnos hacia la población Santa Julia en donde nos salieron a recibir unos jóvenes, ellos y ellas, que dándonos la bienvenida nos dijeron “la Santa Julia ya esta lista pa’ la noche, está lista”; ya que la protesta en la noche se trasladaba hacia la periferia de la ciudad. Después del largo trayecto y sospechando que la represión nos acechaba en alguna parte fuimos avanzando hasta que apareció una micro que enfrentándonos con bombas lacrimógenas disperso al grupo, y quedamos entonces en que cada cual llegara como pudiera a la plaza. Así fue como llegue con la Paulina a la plaza Ñuñoa mientras se comenzaba a reunir un grupo nuevamente, y empezamos con los gritos; en eso estábamos c
uando llega otra micro lanzando bombas lacrimógenas mientras se baja un piquete a perseguirnos; salimos en estampida y nos metimos por la calle Ángel Pino; a media cuadra oímos que alguien grita “Andrea, esa calle no tiene salida” sin dar crédito a lo que oíamos nos dijimos: “si, tiene que tener, sigamos nomás”, entramos y doblamos siguiendo la calle hasta que llegamos a una muralla que nos cortaba el camino, todas las casas estaban cerradas y las luces apagadas; la situación era desesperada, teníamos que hacer algo, entonces decidimos escondernos en un antejardín de la primera casa que pillamos, saltamos la reja sin saber si tenía moradores y si estos nos denunciarían; con nosotros saltan unos 5 estudiantes más acurrucándonos al lado de la pared, pasa un minuto y detrás nuestro entra la represión, los perros de las casas vecinas ladraban aumentando la bulla y distrayendo a nuestros perseguidores. Estábamos allí conteniendo la respiración, que si nos pillaban nadie sabía la suerte que correría ya que en esos días estaban suspendidos los derechos civiles, la represión se había hecho más selectiva y habían muerto a varios estudiantes, por lo que en verdad estábamos aterrorizados; esperamos allí con la suerte que gracias a la oscuridad el piquete pasó por fuera de la reja y no nos vio; no nos atrevíamos a movernos siquiera. Pasaron largamente los minutos y la columna no encontrando a nadie volvió a salir hacia la calle Irarrazaval. Serían las ocho de la noche; vemos que sale gente de las casas, y en eso comienzan a sonar las cacerolas (concertadas para esa hora), entonces aprovechamos para salir de nuestro escondite, al vernos, la gente vuelve raudamente a esconderse en sus casas, excepto una pareja que nos dice: “vamos a ver si se fueron”, saliendo hacia la avenida mientras nosotros no sabiendo si nos traicionarían; luego volvieron diciendo que aún estaban allí, así es que decidimos intentar la salida por atrás y saltar la muralla, que tendría unos tres metros de alto, buscamos como subirnos ayudándonos unos con otros y saltamos a un estacionamiento privado que había atrás; en medio de la oscuridad salió una niña y volvió sobre sus pasos sin decir nada, nuevamente temimos que nos denunciaría; pronto no con un tipo que traía las llaves con las que nos abrió el portón dejándonos salir a la calle de atrás, luego salimos a Irarrazaval librando sanos y salvos. Y puras ganas de irnos a casa, aunque estuvimos pensando la posibilidad de rearmarnos, pero nuestro sistema nervioso no quería más. En esos días no existían los celulares y en nuestras casas nos sabían nada de nosotros, excepto por las noticias. De los amigos con que compartimos esa escena de terror, nunca supimos quienes eran, ni siquiera tuvimos tiempo para mirarnos las caras, pero en esos momentos extremos nos sentimos totalmente unidos.

Mucho tiempo después, llegada la democracia me toco acudir a un centro en donde necesitaban clases, y resultó que la dirección era exactamente la casa en que estuvimos escondidos y que más encima era un casino de ex oficiales de carabineros. ...Son así las cosas del destino.