Saturday, August 20, 2005

Travesía, Realismo Salvaje y Estado de Gracia



Travesía, Realismo Salvaje y Estado de Gracia // x g. n-c.

En este febrero realizamos una travesía de 4 días por las alturas de la cordillera frente a Santiago. Subir por el puente Ñilhue (kilómetro 6 del camino a Farellones), hacer cumbre en el cerro Provincia (de 2.400 m.s.n.m.) y seguir hacia el cerro San Ramón (3.250 m.s.n.m.), y luego bajar por el Cajón del Manzano (protegido por una empresa de Aguas) y salir al Cajón del Maipo. La travesía resulta verdaderamente inolvidable por la fuerza y belleza del paisaje. Y no exenta de peligro, ya que parte del camino se realiza por un desfiladero entre dos precipicios abismales, específicamente en una zona entre ambas cumbres.
El viaje requiere temple y voluntad de seguir adelante ya que es preciso llevar mochilas (de entre 15 y 20 kilos) con todos los pertrechos necesarios para pernoctar en la altura. Y estar preparados por si cambia abruptamente el clima y tener que enfrentar condiciones extremas. Y sobre todo soportar una jornada y media sin agua -que debemos cargar- ya que pasamos una noche entre una cumbre y la otra.
Pero la visión que tenemos de allí es de sumo portentosa; por el lado poniente, la ciudad de Santiago que impresiona por su extensión y en donde se puede sentir la celeridad de millones de eventos ocurriendo simultáneamente, ajenos a la mirada externa. Y sobre ella, la cordillera de la costa - de más baja altura-, y luego se adivina el mar allí en donde se pone el sol al atardecer.
Por el oriente se ve, imponente y majestuoso el cerro el Plomo (5.400 m.s.n.m.) Y más allá se ve la enorme punta del cerro Aconcagua, coloso de los Andes y mayor altura de Occidente (6.959 m.s.n.m.) Un poco más abajo las localidades de Farellones, La Parva y Valle Nevado con luces de atardecer, y el resto de la hermosa y temible Cordillera. Impresiona la vista a cada lado y el sentirse tan cerca y tan lejos de Santiago. Al mismo tiempo nuestra fragilidad frente a las enormes fuerzas de la Naturaleza.
El silencio que allí se siente impresiona, y permite advertir el volumen de ruido en que habitualmente estamos inmersos. La pequeña y persistente flora que encontramos es de una finura tan exquisita que conmueve. Y la fauna otro tanto.
Ciertamente uno se pregunta ¿por qué hacen esto las personas? ¿cuál es la fascinación de hacer este esfuerzo, por algo tan pedestre como tener un bonita paronámica?. No es fácil explicar la experiencia que deviene, pero se puede describir; en un momento dado el cuerpo ya no siente hambre, sed, calor, ni cansancio, y se experimenta extrañamente bien; la percepción de los colores, de la luz, del aire, producen una experiencia cercano a lo místico. Saturado de datos el sistema orgánico-psíquico entra en un estado de silencio y es obligado a desplazarse de dominio, se libera de la "pauta" conocida, o "programa". Entonces entra en un estado que podemos llamar "de gracia". Entonces es fácil servirse la naranja más rica del mundo y sentir que el agua es bendita.
Con seguridad es esta la experiencia que persiguen los andinistas y que se siente todavía con nitidez cuando uno regresa a la ciudad, ya que absolutamente nada resulta habitual, todo parece nimbado de una rara belleza. Y hasta la percepción del propio cuerpo es totalmente diferente.
En estas inmediaciones, en que todo es anormal y el alma humana se siente arrobada por sensaciones enormes, en que uno puede valorar la vida y la conciencia; el dominio de la vida rutinaria queda atrás y entramos en una zona que podemos llamar Realismo Salvaje; cuando nos enfrentamos a la realidad de la Naturaleza librada a su propio arbitrio y a la interacción de sus inclementes fuerzas. Lo único que puede amparar a la persona de ser arrollada por esta inmensidad es su ser interno y la fortaleza de su espíritu.

Lo que me dejo muy en claro mi cordada en la travesía, Susana, una mujer de 45 años, "aperrada" como ella sola y al mismo tiempo sensible y generosa.
Sea este un homenaje a ella

De la “post-Jipi”, o la generación que no bailo

De la “post-Jipi”, o la generación que no bailo

Hay una generación en Chile que se ha dado en llamar “la generación perdida” y que corresponde a la gente que hoy tiene entre unos 40 y 50 años, y a la que pertenezco. De la que pretendo hacer algunas reflexiones y describir su sintomatología.
Esta generación corresponde a la que el año 1973 tenía entre (poco mas/menos) 8 y 18 años y cuyo desarrollo tuvo como hito trascendente y trágico, el “golpe militar de apropiación indebida”, y el consecuente giro de los acontecimientos hacia una nueva cultura: una suerte de “remake del Bajo Medioevo” implantado por el gobierno de facto. De ahí en más surge el efecto directo sobre esta impensada generación, sobre la que necesitamos pensar.
Desde al año 1973 en adelante surge un nuevo estado de la sociedad chilena: se suspenden los derechos civiles y la actividad política (aun cuando se sigue haciendo de manera virulenta y manifiesta), se transforman las indeseables colas en indeseables filas y se desata una guerra malsana a fin de acabar con los conspiradores marxistas, y con todo lo que huela a esos execrables valores ateos; se alienta el desarrollo del deporte y de un ideal de sociedad ingenua, mansa, crédula, ligth, deportista, apolítica, obediente, acrítica, cosista, televisiva. Y drogadicta.
Y se implanta el toque de queda.
La generación que podemos denominar de “la post-jipi”, que no había alcanzado a vivir la revolución de las flores y tampoco comprendía ni había alcanzado a tomar partido en la revolución socialista del Compañero Presidente; una generación que estaba recién abriendo los ojos al mundo y que sentía el malestar de una sociedad enferma, de un mundo convulso, vetusto, y entumecido por la guerra fría; que oía hablar de Vietnam, Laos, Camboya, Nigeria, Libia, Biafra, Bangladech, Cuba, El Salvador, etc, guerras y tormentos que no comprendía ni quería. Y por otro lado sentía traicionado los valores e ideales de la revolución de las flores: “hagamos el amor y no la guerra”. Generación que vivió desde la angustia al desconcierto y la extrañeza.

Y que luego debió acostumbrarse a vivir en estado de excepción, de peligro latente, sometido al espionaje ideológico y a examen permanente. A desconfiar de todos y de todos. Y a hacer oídos sordos ante el terror de la escena que movía sus aguas subterráneas de instalación, en un acto de ordenamiento cuya escenario era la ciudad cruzada por el doble discurso de la autoridad; debió aprender a ponerse en la penumbra y no mirar.

Durante la época de la adolescencia entonces nos acostumbramos a una rebeldía ciega y autodestructiva, que no tiene dirección ni se da a razones, que finge creer y pronto olvida. Nos fuimos de bolsón, no de mochila.

Recuerdo algunos hechos que grafican este patético estado de cosas: durante segundo medio, época del Liceo, apareció un falo gigante dibujado en la pared de la sala; nadie supo quien lo hizo: ¡escándalo general!; se monto un operativo inquisitorio de delación y entrega; fueron y vinieron sermones y admoniciones. Y trajeron a una orientadora para darnos clases de sexualidad; amorosa ella, nos dio clases de fisiología y anatomía sexual; resultado: desengaño y frustración.
Otro ejemplo: durante primero medio, cuando nos estábamos recién conociendo, solíamos hacer un juego llamado “medio minuto picado”, que consistía en que dos voluntarios se batían a golpes de puño durante “medio minuto”, en que se daban con todo y sin regla, hasta que salía chocolate (uno sangraba).
Esa era la diversión.
U otro más sedicioso: Había un funcionario del liceo que era colita (homosex), y pretendía a un compañero; confabulados, otro compañero le empezó a escribir cartas tiraditas a la ternura en nombre del pretendido, pidiéndole a cambio de sus favores, que le pasara copia de los exámenes finales (de cuarto medio); alcanzó a pasarnos tres antes de darse cuenta que todo era un artimaña.
Y a ninguno nos pareció que era algo indebido, era solo jugar con las reglas que el mismo sistema nos enseñaba.

Para que decir que en tercero medio entrábamos volando a chorro a los ensayos de la Prueba de Aptitud Académica.

Ni que mencionar el estado en que salimos de la Educación Media: no sabíamos ganarnos la vida, no teníamos idea para que servíamos, cuales eran nuestras aptitudes, ni siquiera que queríamos hacer.
Los que tuvimos la suerte de entrar a la Universidad, supimos lo que es dar de tumbos y aprender duramente la lección.

Y no es de hablar por hablar o inventar una generación; de mis compañeros de Curso, los cuatro o cinco tipos mas brillantes prácticamente se perdieron; uno de ellos -que podría haber sido hasta Ministro de Estado, porque cumplía todos los requisitos-, se recibió como Ingeniero Naval, luego tuvo problemas con el alcohol y ahora vende ropa de guagua en una avenida. El otro, que podría haber sido un prodigioso científico o escritor, -en esa época incursionó en las drogas duras (y blandas) y tenía genio-; termino estudiando educación física, no es casado, no tiene hijos, aún vive con los padres y ahora entró a estudiar pedagogía en ingles. El mateo del Curso, de familia de bajos recursos; no pudo estudiar en la Universidad por dinero; hoy trabaja haciendo estadísticas, tiene 5 hijos en dos familias paralelas y ahí quedo. El otro que era un filosofo redomado (y que incluso por esos aciagos años, en un acto profundamente filosófico intentó quitarse la vida tomándose un par de litros de gasolina), ahora trabaja como ferretero.
Y no es que menosprecie estos trabajos, pero esos tipos eran para más, podían dar mas y hubieran podido acceder al poder.
Todas las generaciones acceden al poder; mi generación no pudo.

Entonces el sesgo del fracaso, la frustración, el desencanto, y el vivir en estado de sitio, atenido a las decisiones de un poder omnímodo y avasallador, hicieron de esta generación enormemente perturbada el tono que hoy aparece como vemos: cero autogestión, de actitud errática y difusa, que aún escucha rock de los 70 –su única bandera-, gente demasiado relajada para ser confiable; (connotadamente) machista, que tuvo hijos sin saber porque, como, ni como los iba a mantener; siempre a punto de separarse, gente que no cree en la política, que no tiene ideales y que solo tiene nostalgia, que se acostumbro a esperar, personas buenas sin rebeldía, gente que no tiene protagonismo, de bajo perfil, que solo quiere estar cómoda, que no espera nada (a lo más un poco de suerte). Gente gris y abatida, que lleva con moderación y decoro su alcoholismo. Que no puede dejar de fumar. Que transa. Gente que no aprendió a bailar (bailar rock en los 70 era solo simulacro y estertor). Y que acabo con las anfetaminas.
Esa es mi generación.

Y no estamos haciendo una apología del resentimiento y el desengaño, ni estamos buscando culpar alguien, o pensar que alguien nos puso el pie encima. Ni tampoco victimizarnos. Fue lo que nos toco.
Nos queda en cambio pensar en como cada uno lleva esta parte de la historia, y asumirnos si es que podemos (y queremos) cambiar el sino.
O seguir siendo “tan buena onda” como hasta ahora.

Y este pequeño esbozo radiográfico, no agota de manera alguna los recovecos y reconcomios de esta generación, que necesita ser pensada y que todavía busca su destino.
Porque debemos decir en nombre de la justicia y del cariño, que también tuvo cosas buenas, no todo fue iniquidad, también esa generación busco la mística, leía con avidez a Huxley, Kafka, Hess, Estapledon, Timoty Leary, Castaneda, se interesaba seriamente por la psicodélia y las culturas extrañas. Y además escuchaba buena música.

Es decir, una generación pa’dentro.

Por todo esto nosotros, que nos queremos tanto, nos prometemos amor eterno y nunca hablamos de dinero, de filiación política o religiosa.

/ x g. n-c. Senderista

El Funeral más Grande la la Historia

El Funeral más Grande de la Historia o el Arco de Triunfo de Chile

Ayer, mientras viajaba en micro, subió un señor a ofrecer unos fascículos de Mapudugun, idioma de los mapuches; apenas empezó a hablar note los hermosos rasgos de su raza, un hombre bien plantado, no muy alto, moreno, huesos anchos y bien proporcionados, rasgos fuertes, que expresaban en su hablar y en sus modos los nobles rasgos de su etnia. Busque en los fascículos la palabra “guerrero”. El idioma de los mapuches tiene una musicalidad y viveza extraordinaria, es uno de los más hermosos idiomas que he escuchado jamás, por la forma de construcción y sonoridad, pareciera ser el lenguaje de la naturaleza misma.

Por la noche asistí a un Concierto de Poesía Mapuche en el centro Cultural Alameda, en donde mi amigo-artista Ricardo Castro, junto a Jordi Joret, personaje de la farándula cultural santiaguina y Lorenzo Aillapan, quién ha difundido esta cultura por el mundo, presentaron un trabajo de poesía, canto y sonoridades Mapuches. El encuentro fue notable, me hizo sentir el llamado de la tierra, las raíces que se mueven subterráneas dentro de uno, al punto de pararme los pelos. Había también unas hermosas mujeres mapuches, elegantes, distinguidas, ponderadas, inteligentes, despiertas, que es un placer hablar con ellas. De todos mis amigos -que son una buena cantidad-, los únicos dos que reconocen estar completamente enamorados de sus esposas, están casados con mujeres mapuches.
De niño pase con mi familia unos años en el Sur de Chile, ahí conocí las peculiaridades de esta etnia; tuve profesores mapuches, amigos mapuches, nana mapuche y puedo decir sin ambages que son en todo personas extraordinarias, leales, buenos amigos, honrados y correctos. Me llamaba la atención en ese entonces que a los niños mapuches les costara tanto aprender a leer, pensaba yo que era porque estaba mal alimentados; luego supe, estudiando su cultura, que en verdad ellos no tienen escritura y que ni sus padres ni abuelos sabían leer, (estamos hablando de mediados de la década del 60). De ninguna manera es todo lo que se les suele decir de ellos: que son levantiscos y faltos de respeto, flojos y borrachos; eso queda para los huincas no para ellos. He aquí otro ejemplo: los carabineros los acusaban de su falta de respeto hacia la autoridad porque los tuteaban, pero no advertían que eran ellos los que tuteaban a los mapuches y por tanto esa era la única manera de tratar que ellos conocían; este tipo de distorsión las podemos multiplicar por miles y tendremos una buena aproximación del problema intercultural.
Se ve hoy un renacer de la Cultura Mapuche, una reivindicación del pueblo, un rescate de sus costumbres, de su idioma, el orgullo de su raza y de su relación con el Cosmos, que rebasa todo lo imaginable.
Sin embargo para nosotros lo más interesante no es tanto el aspecto cultural -que si lo es- sino es el aspecto oculto de ese conocimiento, aquello que permitía a un hombre común transformarse en un ser inexorable, un hombre o mujer en contacto con su propio espíritu.

Por el valle del Mapocho, en la antigüedad caminaron prodigiosos guerreros que libraron formidables batallas, algunas de las cuales fueron recogidas por los cronistas, sin embargo la mayoría de ellas solo quedaron en la memoria del paisaje, en las rocas, en el río, en las montañas. Una de estas batallas era un desafío que estos hombres de conocimiento se ponían y que apelaba a todos sus recursos y ferocidad. Ellos se proponían tenazmente llegar a amar algo para siempre, para toda la eternidad; pero, sin pedir nada a cambio, sin esperar ninguna retribución, ninguna recompensa, solo por el hecho de hacerlo. Este logro máximo de guerrero era un Poder que ellos adquirían y que venía a asistirlos en la batalla final, cuando el enfrentamiento con la muerte era inminente; entonces este logro magnífico les tendía un puente a través de la muerte, que les permitía cruzar a la eternidad. Aún se puede sentir en este valle el paso de estos guerrero que libraron esas estupendas batallas de poder.

Después de la Guerra del Pacífico, se reunieron los sabios mapuches, ancianos guerreros, para analizar la situación, y llegaron a concluir que las almas de los guerreros mapuches que habían combatido contra los conquistadores, había transmigrado al pueblo chileno gracias a lo cual Chile había ganado la guerra contra los confederados. Que el destino de su pueblo, después de la mal llamada “pacificación”, continuaba en el pueblo chileno. No sabemos como llegaron a esa conclusión, pero es de los más interesante para nosotros.
Por otra parte, hoy se han realizado las exequias del Superpapa, y se dice el Funeral más Grande la Historia, es también algo significativo, ¿será que termina la época de la Bota; del Imperio Romano que lego su poder a la fe Católica, la que rigió la vida espiritual de Occidente por dos mil años, y comienza la era de la Espada?. Podemos imaginar la diferencia. ¿Acaso no queda tiempo para corregir, ahora viene el tiempo de podar?. Italia es una bota, Chile es una espada. ¿Nos toca a nosotros ser los konas, guerreros que deben prepararse para presentar batalla, tal como esos valientes que enfrentaron a un enemigo desconocido?.
Entre esos conquistadores, que son también parte de nuestros ancestros, vino un hombre de conocimiento, que aunque lucho contra los originales, supo admirar y querer este pueblo guerrero; ese hombre cantó en su obra máxima La Araucana: “Chile, fértil provincia y SEÑALADA” ¿qué querría decir con estas palabras?.
En el diccionario que adquirí en el autobús salía una acepción de la palabra Chile que jamás había oído; dice “Chile: lugar de sorpresas”; ¿cuál será la sorpresa que nos aguarda esta tierra? Los chilenos y los mapuches somos una sola raza, “alta, gallarda y belicosa”, “a dominio extranjero jamás sometida”. ¿Podremos llegar amar así, como esos guerreros extraordinarios?

Chile tiene su Arco de Triunfo natural, la famosa y enigmática Portada de Antofagasta, que simboliza la conquista de sí mismo.

// x g.n-c. Senderista

Cartuchismo chileno o “¡ha muerto el Papa!”

Cartuchismo chileno o “¡ha muerto el Papa!”

Hace unas semana atrás Urbi et Orbi estuvo conmocionado por la muerte del Pontífice, como buscando extraer el significado de este espasmo trascendental -en una época que podemos catalogar como prereligiosa-; de un relato que ya tienen dos mil años de continuidad y que ha atravesado la historia moderna de occidente. Hay detractores y seguidores en toda la gama, desde moderados hasta histéricos “cabeza de cañón”, de uno y otro signo. Los que critican se refieren al refreno que puso su santidad a la liberalización de las costumbres y considerándos de la vida ciudadana actual; celibato de la curia, coto al sacerdocio femenino, al matrimonio homosex, a la píldo
ra DDD, al aborto terapéutico etc. Y especialmente hacia los movimientos de emancipación social, normalmente ultrajados de marxismo delirante, o del relativismo resbaloso de sociólogo “redondo” (exactamente opuesto a científico “cuadrado”). Y a propósito de la muerte de Rainiero -otro icono del agotador siglo XX-, ponen como contraejemplo de ese conservadurismo, la anulación del matrimonio religioso de la Princesa de Mónaco y el play boy Philiph Junott en tiempo record, bajo presunción de la buena recaudación del Vaticano por proferir esta especie de Bula Papal absolutoria hacia la princesita carretera.
En tanto los seguidores de la obra papal destacan el valor del prelado al reconocer los errores y felonías de su institución a lo largo de la historia, la expansión de la fe contra la secularización pagana (al continente africano por ejemplo), y el notable trabajo de terreno. Lo cierto es que el Sumo se hizo notar; nadie duda de su vocación social y su trabajo por los valores cristianos, sean estos de nuestra devoción o no; a guisa de ejemplo; a mi en lo personal me fastidia esa especie de “valgocallampismo crónico” que promueve la Iglesia en sus fieles, del tipo: “por mi gravísima culpa, méame, escúpeme, pásame por encima que valgo callampa: soy y seré un pecador consuetudinario”. O la indignante contumacia con que la Iglesia promueve la natalidad sin freno entre los que llama “los más desposeídos”; mansedumbre resignatoria al servicio del poder económico, que siempre necesitará mano de obra barata. El presupuesto entonces de: “hechos a imagen y semejanza de Tata Colores” no se ve por ningún lado.
Pero la pregunta es: en un mundo de cambio vertiginoso en que la escala de valores de una sociedad esta francamente en crisis (que damos por hecho, y que requeriría de otra sesión de ajuste; de allí la categoría de prereligiosa, que asemeja a las todas épocas justo antes que nacieran las grandes religiones) ¿se requiere un líder progresista o líder conservador, que pueda guiar y hasta cierto punto refrenar el ímpetu de cambio?.
Lo vamos a poner de otra forma: existe un cierto complejo en Chile y especialmente en los medio de comunicación por emular al pueblo argentino, “que ellos son más liberales, que tienen costumbres más desenfadadas, que son más desinhibidos, abiertos o desatados”, que esto y lo otro, como queriendo decir que nosotros no debíamos ser como somos sino ser como ellos, ¿querrá decir que nos anexemos a Argentina y dejemos de existir como chilenos, con nuestras costumbres, nuestra idiosincrasia, nuestro pudor, nuestro cartuchismo? Yo creo que si a alguien le gusta tanto ser como los argentinos ¿porqué no se va para Argentina? ¿Cuál es el afán de convertirnos en ellos? ¿por qué no los dejamos ser como son y nosotros somos como somos? Parece un juego de palabras pero no es tal; el pueblo Argentino (a quien estimo y al revés de la mayoría de los chilenos los encuentro simpáticos y bien dispuestos; me encanta Baires; de vez en cuando me arranco a Capital Federal a ver a River y siempre he tenido cariño por sus músico, desde que me toco ver en vivo a Los Gatos Argentinos, el año 70, abriendo el Festival de Viña) es distintos a nosotros. Yo pienso que este cartuchismo chileno es de lo más distintivo de nuestro pueblo, esta especie de timidez, este pudor ancestral, no lo encuentro nada malo; todo lo contrario, me parece bueno y me gusta. No encuentro bien seguir el ejemplo Argentino, país en que todos se arrancan con los tarros, hay sedición a mansalva y corrupción instituida en una sociedad en franca decadencia, que marcha hacia la degeneración -si no se corrige-, y cuyo efecto espectacular fue el último colapso económico del país. No queremos ser así ni seguir su ejemplo; el chileno es un pueblo callado y trabajador, que gusta de pequeñas satisfacciones, de la tranquilidad y de la familia, sobrio, discreto y frugal. Y si alguien quiere carnaval, puede ir a Argentina o a Brasil, que ahí tiene demás.
Los vecinos a la costa Atlántica pertenecen al carácter mediterráneo, extrovertido, exuberante, dados a los placeres sensuales, variopintos, dionisiacos, floreritos. Los de la costa pacífico corresponden al clima frío, llevados al interior, hacia los grandes espacios del alma, dados a la elaboraciones abstractas, del pensamiento, de la intimidad del hogar, propio de los pueblos nórdicos, apolíneos.
(Aforismo chileno: “Los argentinos son los mejores del mundo, en cambio los chilenos, solo somos mejores que ellos”).

Así también rescato (volviendo al tema) la obra del Papa, y claro que me habría gustado una admonición más severa para el Gran Fanfarrón, del tipo “ ¡Hey Buche!, ¡saca tus “soldaditos de plomo” de Irak, si ya sabemos que te gusta jugar al Sheriff, vete a tu casa, maturrango!” de parte del Sumo, en vez de el consabida cantinela “Oremos por la paz”, tibia y “nunca quedas mal con nadie”.
Pero es lo que hay.

Con la elección de nuevo Papa Fundamentalista, vamos a tener más de lo mismo, solo que un poco menos.

“¡Ha muerto el Papa!, ¡viva el Papa!”.

g.n-c. Senderista

P.D. Se aceptan impugnaciones y preguntas, si guardan la debida compostura.