Friday, July 07, 2006

al filo del abismo

Nos conocimos en el interior de la cordillera central, había llegado a pasar unos días de camping en pleno verano con su madre y su hermanita chica, nosotros veníamos llegando después de haber sorteado dos controles; carabineros y militares, eran días peligrosos, la zona era estrategica, nos preguntaron si llevábamos cámara fotográfica, mentimos. Había una central hidroeléctrica. Nos dejaron pasar pero solo hasta el camping y después de allí, ni un paso; que porfía. Estuvimos varios días esperando que la patrulla de frontera pasara de vuelta, para subir, en eso la conocimos, una pajarita preciosa y delicada, con aires intelectuales, supongo que tenía algo de su neurótico padre y otro poco de su madre histérica, pero subrepticio y empapelado de belleza; nosotros éramos tres, ellas también, nosotros de liceo, ellas del colegio Latinoamericano del Vergel; teníamos 10 años más, nos vieron como héroes, aventureros, temerarios, listos, interesantes; nos sentíamos en la gloria, las llamamos secretamente chiquititas. Nos hicieron creer que nos habían robado la radio. Que broma. Nosotros hibamos a buscar extraterrestres, ellas a tres caballeros andantes. Fuimos a la poza de la gringa. Hablamos. Eran un encanto. Pasó la patrulla, nos despedimos y nos adentramos hacia lo desconocido, reíamos y soñamos encontrarlas de nuevo, rompimos el número que nos dieron y el camino siguió adelante, hasta llegar a destino al día siguiente. Termas el Alfalfal, yendo al Tupungato; solo arrieros, montañas, lugares inaccesibles, paraíso de las piedras, caudal intenso, música de memoria. “Message in a bottle”. Compramos un chivo y lo estuvimos asando todo el día. Al otro día fuimos a la cima, pusimos una bandera en medio de la ventolera, nos sacamos fotos, bajamos por otro lado, casi no la estoy contando, mi amigo vio pasar toda su vida por delante. Nos salvamos. Al llegar abajo un arriero nos traía una carta de ellas, pura dicha; nos bañamos, nos sentimos libres; que buenas horas fueron. Al otro día nos encuentra la patrulla de fronteras, y ofrece bajarnos a culatazos; al día siguiente emprendimos el regreso, pensábamos si aún estarían, y las volvimos a encontrar. Allí estaban, inseguras y hermosas. Ella tenía 14 y yo 24. Debía volver a Santiago, me esperaban mis padres, un violento surmenage me había sacado de la carrera. Tuvimos una noche de fogata, luego nos despedimos, me fui con sabor a flores en los labios. El control militar no detecto la maquina. La cordillera y la chica me salvaron de la depresión; bajé 5 kilos.