Monday, February 27, 2006

¡Que pañuelo!

Recuerdos, Mandanga y vergüenza

Tengo recuerdos de esa interesante época del principio de los noventa, recién llegando la democracia; en que teníamos una vida social bastante agitada, algo tóxica y venturosa, pero llena de afectos que aún guardo en la memoria porfiada.
Recuerdo una fiesta que hizo en su casa la Tatiana Cumsille, escritora (en la calle Unión Literaria de Ñuñoa), a donde invitaba a sus amigos artistas y a otros personajes de la farándula under. Andaba por ahí el vocalista de los Jorobados (que no recuerdo su nombre), el José León (pintor), el Tomás Lefeber (un gran músico, que ya no está con nosotros) y otros animales del mismo zoo. Su casita era chica y acogedora; tenía dos pisos y se parecía a esas casas de Valparaíso, como montada sobre si. ...Ahora hay ahí un edificio.
El hecho es que asistió también Claudio L., un conocido nuestro, músico (y hermano de una pintora famosa, cuyo apellido no mencionaré). Y vino también su mujer; pero no llegaron juntos. Yo la había conocido antes en otras circunstancias y fue una gran sorpresa saber que ya se conocían y contraído nupcias; un día llegó con mi hermano a saludarme y a contarme que se habían mudado a la casa vecina a la nuestra, y que era esposa de Claudio L.
Recuerdo que saliamos a correr juntos, al alba.
Pero vamos a la fiesta; al parecer ellos estaban separándose en esos días y no se querían encontrar; por lo que él se quedo en el primer piso y ella se remitió al segundo, de la casita. Sería la mitad de la noche cuando subo y la encuentro, la saludo, charlamos y veo que me estaba moviendo las plumas –lo cierto es que antes ya nos habíamos frotado las antenas, pero cuando supe que se había desposado de Claudio L., se apago la pasión que ahora se volvía a encender- así es que rápidamente le entro al área chica, ella solo me pregunta si es que mi mujer estaba en la fiesta, ante mi negativa pasamos a relajarnos. Nos besábamos apasionadamente cuando siento que alguien me toca el hombro; giro y me encuentro con un tipo que ya había conocido y que -según él- su padre era Sioux, de los indios piel roja, y verdaderamente tenía aspecto de indio norteamericano, así con la nariz larga y fuerte, además que se adornaba como tal. El hecho es que el piel roja me dice que ella era su amante... ante lo cual yo -creo que estaba tan pasado que no me importo- le deje el paso y ambos siguieron besándose. Entonces, en un momento, el piel roja como para resarcirme y por mi buena disposición, saca una bolsita de entre sus ropas y me pasa una línea; en medio del fragor de la noche, yo sin pensarlo mucho, me pongo el latigazo.
Y de golpe, bajo ese estado... me asalta violentamente el recuerdo de mi amigo Pablo Villafaña, con quien trabajábamos juntos, de meseros, en el Café del Cerro, y que tenía un departamentito en la plaza de Italia, adonde solíamos terminar luego del carrete de después del trabajo; el hecho es que yo había probado la Mandanga solo con el Pablo, de manera que esa experiencia estaba llena de imágenes con él. Y resulta que, me había enterado hacia solo una semana atrás que Pablo, hacía un par de meses ya, había muerto, ...de Sida !!!!. Y supe además, que devorado por la vergüenza, no había querido que lo vieran, a tal punto que fue a terminar sus días donde unos parientes suyos en Antofagasta, para no tener que encontrarse con nadie. Lo que me lleno de un profundo escozor y pude sentir lo que él sintió en esa circunstancia, ya que alguna vez me había contado que cuando fracaso en su primer examen de grado para Ingeniero Agrónomo, en lugar de ir a casa donde lo esperaban sus parientes para celebrar, se fue a casa de su amiga Irene y lloró amarga y desconsoladamente. Todo eso me vino encima y llore por él su pena, que hasta ese momento tenía atascada. Mi amiga Fabiola me presto su hombro y consoló diciéndome que él ya estaba en el cielo descansando.
No supe como se había contagiado, pensaba yo que con alguna jeringa ya que era bastante drogo. Hasta que me encontré con la Irene, en la casa del Jorge Cristi (actor) y le pregunte derechamente, ella me confirmo que Pablo era gay; yo la verdad es que no lo podía creer, si jamás se insinuó ni note nada raro en su comportamiento, incluso muchas veces nos fuimos a su departamento, él me ponía un colchón en el suelo, unas sábanas limpias y yo dormía... Incluso alguna vez tuvimos problemas con unos tipos que nos acusaron de ser embaucadores sexuales y que los habíamos invitado al departamento del Pablo para engatusarlos, lo que nos dio mucha risa.
Yo había conocido a la Irene en los talleres de literatura en Antumapu, al principio de los ochenta, y allá había conocido también al Pablo; pero con él nos hicimos amigos en el Café del Cerro, y me llamaba la atención que teniendo una buena renta como Agrónomo, trabajara en eso, y al parecer lo que le gustaba era ponerse los chicotazos y funcionar -como había que hacerlo allá, a toda máquina-. Era un buen tipo y tengo un buen recuerdo de él, que ahora debe estar en el cielo, descansando.
Si Santiago es un pañuelo, de lágrimas y risas... // gzlo

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