Saturday, August 20, 2005

De la “post-Jipi”, o la generación que no bailo

De la “post-Jipi”, o la generación que no bailo

Hay una generación en Chile que se ha dado en llamar “la generación perdida” y que corresponde a la gente que hoy tiene entre unos 40 y 50 años, y a la que pertenezco. De la que pretendo hacer algunas reflexiones y describir su sintomatología.
Esta generación corresponde a la que el año 1973 tenía entre (poco mas/menos) 8 y 18 años y cuyo desarrollo tuvo como hito trascendente y trágico, el “golpe militar de apropiación indebida”, y el consecuente giro de los acontecimientos hacia una nueva cultura: una suerte de “remake del Bajo Medioevo” implantado por el gobierno de facto. De ahí en más surge el efecto directo sobre esta impensada generación, sobre la que necesitamos pensar.
Desde al año 1973 en adelante surge un nuevo estado de la sociedad chilena: se suspenden los derechos civiles y la actividad política (aun cuando se sigue haciendo de manera virulenta y manifiesta), se transforman las indeseables colas en indeseables filas y se desata una guerra malsana a fin de acabar con los conspiradores marxistas, y con todo lo que huela a esos execrables valores ateos; se alienta el desarrollo del deporte y de un ideal de sociedad ingenua, mansa, crédula, ligth, deportista, apolítica, obediente, acrítica, cosista, televisiva. Y drogadicta.
Y se implanta el toque de queda.
La generación que podemos denominar de “la post-jipi”, que no había alcanzado a vivir la revolución de las flores y tampoco comprendía ni había alcanzado a tomar partido en la revolución socialista del Compañero Presidente; una generación que estaba recién abriendo los ojos al mundo y que sentía el malestar de una sociedad enferma, de un mundo convulso, vetusto, y entumecido por la guerra fría; que oía hablar de Vietnam, Laos, Camboya, Nigeria, Libia, Biafra, Bangladech, Cuba, El Salvador, etc, guerras y tormentos que no comprendía ni quería. Y por otro lado sentía traicionado los valores e ideales de la revolución de las flores: “hagamos el amor y no la guerra”. Generación que vivió desde la angustia al desconcierto y la extrañeza.

Y que luego debió acostumbrarse a vivir en estado de excepción, de peligro latente, sometido al espionaje ideológico y a examen permanente. A desconfiar de todos y de todos. Y a hacer oídos sordos ante el terror de la escena que movía sus aguas subterráneas de instalación, en un acto de ordenamiento cuya escenario era la ciudad cruzada por el doble discurso de la autoridad; debió aprender a ponerse en la penumbra y no mirar.

Durante la época de la adolescencia entonces nos acostumbramos a una rebeldía ciega y autodestructiva, que no tiene dirección ni se da a razones, que finge creer y pronto olvida. Nos fuimos de bolsón, no de mochila.

Recuerdo algunos hechos que grafican este patético estado de cosas: durante segundo medio, época del Liceo, apareció un falo gigante dibujado en la pared de la sala; nadie supo quien lo hizo: ¡escándalo general!; se monto un operativo inquisitorio de delación y entrega; fueron y vinieron sermones y admoniciones. Y trajeron a una orientadora para darnos clases de sexualidad; amorosa ella, nos dio clases de fisiología y anatomía sexual; resultado: desengaño y frustración.
Otro ejemplo: durante primero medio, cuando nos estábamos recién conociendo, solíamos hacer un juego llamado “medio minuto picado”, que consistía en que dos voluntarios se batían a golpes de puño durante “medio minuto”, en que se daban con todo y sin regla, hasta que salía chocolate (uno sangraba).
Esa era la diversión.
U otro más sedicioso: Había un funcionario del liceo que era colita (homosex), y pretendía a un compañero; confabulados, otro compañero le empezó a escribir cartas tiraditas a la ternura en nombre del pretendido, pidiéndole a cambio de sus favores, que le pasara copia de los exámenes finales (de cuarto medio); alcanzó a pasarnos tres antes de darse cuenta que todo era un artimaña.
Y a ninguno nos pareció que era algo indebido, era solo jugar con las reglas que el mismo sistema nos enseñaba.

Para que decir que en tercero medio entrábamos volando a chorro a los ensayos de la Prueba de Aptitud Académica.

Ni que mencionar el estado en que salimos de la Educación Media: no sabíamos ganarnos la vida, no teníamos idea para que servíamos, cuales eran nuestras aptitudes, ni siquiera que queríamos hacer.
Los que tuvimos la suerte de entrar a la Universidad, supimos lo que es dar de tumbos y aprender duramente la lección.

Y no es de hablar por hablar o inventar una generación; de mis compañeros de Curso, los cuatro o cinco tipos mas brillantes prácticamente se perdieron; uno de ellos -que podría haber sido hasta Ministro de Estado, porque cumplía todos los requisitos-, se recibió como Ingeniero Naval, luego tuvo problemas con el alcohol y ahora vende ropa de guagua en una avenida. El otro, que podría haber sido un prodigioso científico o escritor, -en esa época incursionó en las drogas duras (y blandas) y tenía genio-; termino estudiando educación física, no es casado, no tiene hijos, aún vive con los padres y ahora entró a estudiar pedagogía en ingles. El mateo del Curso, de familia de bajos recursos; no pudo estudiar en la Universidad por dinero; hoy trabaja haciendo estadísticas, tiene 5 hijos en dos familias paralelas y ahí quedo. El otro que era un filosofo redomado (y que incluso por esos aciagos años, en un acto profundamente filosófico intentó quitarse la vida tomándose un par de litros de gasolina), ahora trabaja como ferretero.
Y no es que menosprecie estos trabajos, pero esos tipos eran para más, podían dar mas y hubieran podido acceder al poder.
Todas las generaciones acceden al poder; mi generación no pudo.

Entonces el sesgo del fracaso, la frustración, el desencanto, y el vivir en estado de sitio, atenido a las decisiones de un poder omnímodo y avasallador, hicieron de esta generación enormemente perturbada el tono que hoy aparece como vemos: cero autogestión, de actitud errática y difusa, que aún escucha rock de los 70 –su única bandera-, gente demasiado relajada para ser confiable; (connotadamente) machista, que tuvo hijos sin saber porque, como, ni como los iba a mantener; siempre a punto de separarse, gente que no cree en la política, que no tiene ideales y que solo tiene nostalgia, que se acostumbro a esperar, personas buenas sin rebeldía, gente que no tiene protagonismo, de bajo perfil, que solo quiere estar cómoda, que no espera nada (a lo más un poco de suerte). Gente gris y abatida, que lleva con moderación y decoro su alcoholismo. Que no puede dejar de fumar. Que transa. Gente que no aprendió a bailar (bailar rock en los 70 era solo simulacro y estertor). Y que acabo con las anfetaminas.
Esa es mi generación.

Y no estamos haciendo una apología del resentimiento y el desengaño, ni estamos buscando culpar alguien, o pensar que alguien nos puso el pie encima. Ni tampoco victimizarnos. Fue lo que nos toco.
Nos queda en cambio pensar en como cada uno lleva esta parte de la historia, y asumirnos si es que podemos (y queremos) cambiar el sino.
O seguir siendo “tan buena onda” como hasta ahora.

Y este pequeño esbozo radiográfico, no agota de manera alguna los recovecos y reconcomios de esta generación, que necesita ser pensada y que todavía busca su destino.
Porque debemos decir en nombre de la justicia y del cariño, que también tuvo cosas buenas, no todo fue iniquidad, también esa generación busco la mística, leía con avidez a Huxley, Kafka, Hess, Estapledon, Timoty Leary, Castaneda, se interesaba seriamente por la psicodélia y las culturas extrañas. Y además escuchaba buena música.

Es decir, una generación pa’dentro.

Por todo esto nosotros, que nos queremos tanto, nos prometemos amor eterno y nunca hablamos de dinero, de filiación política o religiosa.

/ x g. n-c. Senderista

No comments:

Post a Comment